Suena el despertador, son las siete de la mañana, es jueves y de fondo se oye el rugir de la lluvia contra los cristales. Un par de minutos después y ya desperezado caminas como un zombie a la ducha, a ver si así consigues despertarte. Café, tostadas, galletas, zumo, lentamente ingieres el desayuno mientras en la tablet suenan las noticias de la mañana. Escrutas la aplicación del tiempo, a ver si hay esperanza y la previsión para el resto del día es mejor que lo que está sucediendo ahora en la calle: sigue lloviendo y hay 7°.
Preparas la ropa, como cada día, metes en la bolsa la camiseta y el pantalón que te vas a poner en el trabajo y revisas que el resto de cosas continúen ahí: toalla y ropa de recambio por si hay que ducharse, desodorante, guantes de repuesto, está todo.
Tu ropa de moto está colocada en «su sitio», así que toca de nuevo traer el casco y la chaqueta y dejar el pantalón en la habitación. El salón parece un muestrario de cosas que hay que llevarse. Aún medio zombie, todas estas tareas repetitivas van haciéndose casi sin pensar. Echas de nuevo un vistazo por la ventana: «parece que ha parado» pero las nubes negras no se han ido. Habrá que ponerse el chubasquero de nuevo.
Con el pantalón y las botas ya enfundadas, la chaqueta sobre los hombros y bolsa y casco en ristre bajas al garaje.
El ritual mañanero continúa, pero esta vez con una variante: hay que poner el chubasquero. Después de hacerlo todos los días durante mucho tiempo, el cuerpo se mueve y actúa casi sin pensar, en el orden correcto. Primero la parte de abajo del chubasquero, quitar gafas, poner la braga, abrochar chaqueta, acabar de poner la parte de arriba del chubasquero,poner chaleco, poner casco, poner gafas, soplar para desempañar gafas :), bajar moto del caballete, subirse, enchufar chaleco, arrancar moto, poner guantes y, por fin, salir.
El sonido de la moto y el vibrar el bóxer al ralentí despierta tu cerebro, se acabaron las bromas, hay que estar alerta, esto no es un juego.
La puerta del garaje se abre y en la calle jarrea, lo que genera sentimientos encontrados: Bien porque haber puesto el chubasquero ha sido una buena idea y es necesario;mal porque llueve y siempre es más cómodo y seguro rodar en seco.
Está semana no hay colegios, así que el tráfico es mucho más liviano. El único semáforo que nos toca esperar está en rojo. Mientras esperas, la lluvia golpea la visera del casco, parcialmente cerrada para que las gafas no se empañen. Las mañanas siempre son agetreadas para salir de la ciudad: Bicicletas, coches, autobuses, camiones y motos conviven y se mezclan entre semáforos, calles cortadas por obras, carriles bici y el mismísimo tranvía que circula desde primera hora. Parado en el semáforo los observas, absorto, parecen ir a cámara lenta, cada uno con su historia, sus prisas, sus alegrías y sus ganas de que llegue el viernes :).
Verde! Un giro a la izquierda, incorporarse a la calle principal y estamos en marcha. Sigue lloviendo, aunque con menos fuerza, ya en marcha la visibilidad es mejor.
Veinte minutos en la autopista camino del trabajo, un par de rotondas y estamos en el parking. Hoy la plaza de motos está vacía, así que no tienes problema para aparcar. El ritual comienza de nuevo pero a la inversa y ya con todos los aperos en la mano coges el ascensor, es hora de empezar el día de trabajo, feliz día amigos!!
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