Abro la puerta del hotel y salgo a la calle, hace mucho frío, aún está amaneciendo y ha caído una helada tremenda. El coche, alquilado por mi empresa, tiene una capa de hielo de un par de centímetros, tanto que las ventanillas no bajan. Mientras busco el quitahielos por el coche, veo que somos varios los que estamos en la misma situación, la mayoría clientes del mismo hotel, no hay mucho más por aquí.
Por fin! Aquí está! Escondido en la puerta del acompañante.
Esta semana me ha tocado ir a trabajar fuera de Bélgica, no es lo habitual, de hecho es la segunda vez en dos años y medio. Estoy en Biberach, una pequeña ciudad al sur de Alemania donde se encuentra la fábrica a la que he venido. Esta zona era totalmente desconocida para mi, equidistante de Stuttgart y Múnich, la única forma de llegar desde Bruselas en un tiempo “decente” es coger un avión a una de estas ciudades y luego conducir dos horas hasta aquí.
Hasta este viaje, nunca me había planteado venir aquí. Este área del sur de Alemania es muy industrial, cada pocos kilómetros hay una o varias grandes fabricas, la mayoría sin rotular, en las que se genera, dicen, el 95% de la producción industrial de todo Alemania. Aquí se observa también el extraño fenómeno “donde coj… vive la gente?” Es mucho mas fácil encontrar una fábrica que un pueblo, así que es muy posible que los empleados vivan en las propias fábricas, es la única explicación viable ;).
El coche ya se ha calentado, ya sin hielo salgo del parking y me dirijo al trabajo. En esta zona no hay muchos hoteles, así que esta vez me ha tocado uno a unos 20kms. de distancia. Salgo a través de una calle en la que hay un colegio, es la hora de la entrada, así que entre autobuses atravesados, coches parados y niños con el pavo atravesando la carretera, me lleva unos minutos salir del barullo.
A partir de aquí la carretera es más bien aburrida, rotonda tras rotonda llegamos a la autovía y tras 8 kms. nos desviamos de nuevo. El paisaje es extraño, da la sensación de viejo, austero, muy alemán. Quizás el tópico te sugestiona, pero incluso los edificios de los polígonos industriales que voy cruzando parecen demasiado funcionales, hechos para lo que son, sin más. Puede que el frío, la tremenda helada, las horas tempranas que son y el atasco para entrar en Biberach no ayuden mucho, pero la sensación general es de tristeza, rutina, austeridad… seguramente el venir por motivos laborales y las pocas ganas de estar aquí, no ayuden a que mi descripción sea más positiva.
La gente que he conocido aquí, en general es buena gente, me tratan bien y estamos avanzando, pero no hay día que no me sorprendan con una nueva forma extraña de hacer las cosas o una norma cuanto menos curiosa. Un ejemplo: todos los papeles que se firman o se escriben a mano, tienen que hacerse con bolígrafo azul… si es negro, rojo o cualquier otro color, no tiene validez. Otro: con mi coche de alquiler, sin que nadie me conozca, puedo entrar al parking de invitados sin que nadie me pregunte que soy. Si intento hacer lo mismo andando, por el mismo sitio pero por la zona de peatones, tengo que pasar un torno para el que necesito una tarjeta de empleado ¿?
Después de una larga semana de trabajo, con muchos altibajos y muchas horas extra, por fin llega el viernes y toca volver. Nos encanta hablar de las autovías alemanas y desearlas para nuestro país, pero estoy seguro que no funcionarían fuera de Alemania. La gran mayoría de la gente viaja a una velocidad «normal», a unos 120km/h., incluso cuando no existe límite. Luego estamos los que queremos ir un poco más rápido pero no estamos locos o tan locos, digamos en el rango de los 120-170km/h. Y por último, unos cuantos locos, los menos, muy pocos diría yo, que sobrepasan con creces esas velocidades y te dejan temblando cuando te adelantan y tu ya tienes la sensación de ir demasiado rápido. De todas formas en esta zona el comportamiento general es mucho mas respetuoso que el que vimos en su día en la zona más cercana a Bélgica.
La llegada al aeropuerto de Munich se hace bastante sencilla, el GPS del Audi A1 me lleva hasta los aledaños del aeropuerto, me desvío en la primera señal de gasolinera, lleno el tanque y vuelvo a la carretera para devolver el coche.
Con los deberes hechos y con tiempo suficiente, como sentado cómodamente en un restaurante y trabajo otro poco en el portátil mientras llega la hora de embarcar y coger el vuelo de vuelta.
Ya por fin en Bruselas y tras el atascazo de vuelta en el taxi a casa, toca el turno de deshacer maleta y descansar un poco.
Feliz fin de semana!
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